Darwin, tenemos un problema: la evolución humana no es lo bastante rápida para seguir el ritmo del mundo moderno

Millones de años de evolución nos prepararon para un mundo que ya no existe. Las consecuencias se aprecian en nuestra salud.

La biología humana, forjada a lo largo de millones de años viviendo en entornos naturales, se encuentra en una situación compleja. Al menos, así los asegura un equipo de investigadores de las universidades de Zúrich y Loughborough, que han constatado que nuestro ritmo evolutivo resulta insuficiente para adaptarnos a la velocidad de transformación del mundo moderno e industrializado que nos rodea. Este desajuste, según el estudio publicado en la revista Biological Reviews, está causando una serie de problemas de salud y de índole social que amenazan el bienestar general de la población.

Los investigadores recurrieron a una de las frases más icónicas del biólogo Edward O. Wilson para evidenciar la esencia de este problema: “Tenemos emociones paleolíticas, instituciones medievales y tecnología de dioses”. El considerado como padre de la sociobiología, que falleció en 2021 con 92 años de edad, hizo esta afirmación sin haber visto el boom de la inteligencia artificial, marcado por el lanzamiento de la versión 3.5 de ChatGPT allá por noviembre de 2023, y que muchos consideran que tendrá el impacto de una nueva revolución industrial.

En cualquier caso, el doctor Colin Shaw, codirector del grupo de Investigación de Ecofisiología Evolutiva Humana de la Universidad de Zúrich y autor principal del estudio, detalló la diferencia crucial entre el estrés pasado y el actual. En nuestros entornos ancestrales, el organismo estaba optimizado para responder al estrés agudo necesario para hacer frente a los depredadores. “El león vendría ocasionalmente, y tenías que estar preparado para defenderte o correr cuando eso ocurriera. La clave estaba en que el león se acababa yendo”, explicó en una nota de prensa.

La persistencia del estrés moderno

El problema de la sociedad actual es que el león no se va. Es cierto que no tenemos que preocuparnos de que nos devore un gran felino, pero sí de otros muchos agentes estresantes más sutiles y, por desgracia, persistentes. La congestión de las calles, los atascos, las exigencias laborales y profesionales, las notificaciones constantes de nuestros móviles... Todos estos elementos activan nuestros sistemas biológicos de defensa.

“Nuestro cuerpo reacciona como si todos estos factores estresantes fuesen leones”, indicó Shaw, exponiendo a las claras que nuestro organismo no es capaz de diferenciar, al menos todavía, las situaciones de vida o muerte de aquellas infinitamente más triviales. Por eso acaba activando innecesariamente mecanismos de supervivencia que nos generan un enorme estrés.

El científico también hace hincapié en lo que denomina cronicidad de la tensión. Para explicarlo, vuelve a recurrir al ejemplo del león, afirmando que, una vez que se confrontaba o se eludía su ataque, el problema quedaba resuelto. Sin embargo, permanecer atentos al ruido del tráfico, las notificaciones del móvil o las críticas de un compañero de trabajo no resuelve nada. Solo nos confina en un estado de tensión constante e incesante que acaba deteriorando nuestra salud física y mental.

Manifestaciones tangibles

Esa tensión se manifiesta en varias funciones vitales humanas. Por ejemplo, el sistema inmune se muestra más propicio a provocar alergias y enfermedades autoinmunes. Asimismo, el recuento de espermatozoides baja en los hombres y los problemas de infertilidad crecen. El rendimiento cognitivo tampoco se salva, incrementando el ritmo de declive asociado al envejecimiento. Por si fuera poco, la resistencia y la fuerza física también disminuye.

Pero ¿qué podemos hacer contra la lacra del estrés, puesto que la evolución no nos va a dar soluciones inmediatas? Es una pregunta compleja, sobre todo, porque hoy en día el 45 % de la población mundial vive en ciudades y se espera que, para 2050, lo haga el 66 %. Es decir, cientos de millones de personas más estarán expuestas a sus riesgos.

Por tanto, según los investigadores, no queda otra que comprender mejor estos peligros y buscar nuevas vías de contención, lo que obligatoriamente exigiría una reevaluación de nuestro vínculo con la naturaleza y los grandes núcleos urbanos. Además, aseguran que es necesario identificar los estímulos específicos que afectan a la presión arterial y la función inmunológica para favorecer políticas de salud públicas adecuadas para los residentes en grandes ciudades.

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